domingo, 7 de febrero de 2010

TEMOR INFUNDADO



Después de tántas películas apocalípticas sobre Armagedón, el día después, The Road y 2012, todos nos preguntamos: ¿Qué habrá de verdad, qué habrá de mentira?. ¿Realmente se acabará la vida en la Tierra?
¿Desaparecerán las plantas, los árboles, toda la vegetación?


De Excesos y de Defectos

Cuando era niño y jugábamos al fútbol en el duro y pedregoso patio del colegio, era fácil caer y herirse, por ejemplo en una rodilla. Recuerdo perfectamente que ir al botiquín era un momento serio y solemne en el que el profesor transmitía una mezcla de enfado y responsabilidad mientras uno solo gemía imaginando lo que sería vivir sin una pierna.

Ese día la herida era profunda y no dejaba de sangrar, quizá hubiesen sido necesarios varios puntos de sutura, pero el profesor lavó pacientemente la rodilla con agua oxigenada y aplicó alcohol que me escocía horrores, pienso que fue excesivo, incluso toda la cantidad de micromina que vertió después también me parecía excesiva, y el vendaje también, excesivo, porque me hacía sentir que venía de la guerra y en casa tuve que dar muchas explicaciones sobre porqué me había caído y no me consideraba un irresponsable.

Han pasado unos cuarenta años desde entonces y todavía tengo la cicatriz en la rodilla, pero también los recuerdos intactos de la persona que me curó con tantos esmeros.

Estos días que tanto se habla de excesos en los datos sobre el cambio climático y que deberían rodar cabezas por que alguien dijo en una revista científica que el Himalaya se derretiría en el 2035, pienso en mi herida del colegio y me siento agradecido porque el profesor no subestimara los daños, actuara con negligencia y me hubiese aplicado una simple tirita y una palmadita en la espalda.

Es posible que por lo menos en cuatro ocasiones se haya podido demostrar que las cifras premonitorias eran excesivas, pero me pregunto si sería mejor dulcificar los resultados para que una inmensa mayoría de personas siga creyendo que no es para tanto, que podemos seguir contaminando irresponsablemente, que los datos científicos no son creíbles y que por lo tanto si ellos se equivocan, porqué tendría que molestarme en llevar este recipiente al container de los plásticos, que además está más lejos que los otros.

Sin duda el rigor científico es importante. Cuando alguien encuentra dos dientes en una excavación y consigue averiguar por “medios científicos” que el dueño de la dentadura tenía no se cuantos millones de años de antigüedad, nadie lo cuestiona, todo el mundo lo da por correcto. La edad de dos dientes no nos cuesta dinero, pero diseñar vehículos que no contaminen o contaminen menos sí cuesta dinero y es mejor insinuar que los científicos se han equivocado y que el calentamiento global no se produce en las grandes urbes y metrópolis.

Yo no soy científico, pero sí se que si pongo un puchero con agua a hervir, si me descuido, no solo desaparecerá el agua, sino también el puchero. De manera que en lugar de concentrarnos en la importancia de la cultura ecológica y promover las buenas prácticas cívicas y razonables en el uso de nuestros residuos, la opinión mundial prefiere arañar en la reputación científica y cuestionar el rigor de sus declaraciones.


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