Sobre la sexualidad de las plantas se han publicado extensos estudios que en términos técnicos agrupan numerosas subdivisiones de variedades hermafroditas, o unisexuales.
Ya en el año 1694, Rudolf Jakob Camerarius publicaba su obra:“De sexu plantarum epistola” [«Epistola acerca del sexo de las plantas»].
Desde entonces muchos descubrimientos han avanzado notablemente hasta hacernos comprensibles muchos de los mecanismos de reproducción, por ejemplo en botánica existe un concepto llamado Angiospermas.
El término "angiospermas" proviene de dos palabras griegas: αγγειον (angíon- vaso, ánfora) y σπέρμα (sperma, semilla); se podría traducir como "semillas envasadas", en referencia a que sus óvulos -y posteriormente sus semillas-están encerrados por la hoja fértil portadora de los óvulos o carpelo. De esta forma, el grano de polen para fecundar al óvulo, debe contactar con una superficie del carpelo preparada para ello. A esta parte natural de la planta le llamamos el "estigma".
Los estudios realizados sobre la fertilidad de las plantas determinan que los órganos dadores de núcleos son considerados masculinos y los receptores, femeninos.
El hecho de que las plantas emplean numerosas y diferentes estrategias para realizar su reproducción sexual fue utilizado desde una perspectiva puramente estructural por Carlos Linneo (1735 y 1753) para proponer un sistema de clasificación de las plantas con flores.
Tiempo después Christian K. Sprengel (1793) describió la sexualidad de las plantas como el "secreto develado por la naturaleza" y, por primera vez, comprendió las interacciones bióticas y abióticas del proceso de polinización.
Durante la primavera, el juego del amor irrumpe sutilmente sobre prados y valles donde millones de pétalos se besan. Besos que no podemos ver, besos imaginados. Un mundo invisible de pequeños e inadvertidos contactos vegetales que promueven la vida y la hacen fértil.
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