jueves, 3 de junio de 2010

Lo que hubo ENTRE NUESTRAS PLANTAS

Se conocieron una tarde de primavera mientras la abuela hacía limpieza en el patio. Un patio soleado desde el mediodía hasta el atardecer y rodeado de otras casas similares, también de dos plantas y un pequeño jardín. Nunca habían reparado antes el uno en el otro, el ficus y la petunia no se habían conocido, no habían tenido la oportunidad. Él estaba junto a la puerta y ella en el otro lado, rodeada de Clivias y Hortensias.

Aquella tarde todo cambió de sitio y sus macetas se rozaron, no hubo intención, simplemente pasó, pero la abuela se retiró para atender una llamada de teléfono y después ya no recordó por dónde debía continuar. El Ficus y la Petunia permanecieron juntos mucho tiempo, tuvieron largas conversaciones y comenzaron a conocerse. En la nevada del 62, él la protegió con sus ramas y evitó que se congelara, fue un invierno inolvidable que todavía recordaban, entre ellos surgió la chispa; algo más que amistad. Se sentían tan a gusto el uno al lado del otro que no se movieron de su sitio en aquel trozo de patio en la zona antigua de la ciudad.

Un domingo escucharon voces, la abuela estaba muy animada con la visita de sus hijos y nietos. El pequeño Pau quería ser futbolista y María enfermera. En una entrada comprometida, muy cerca de la portería construida con dos escobas, Pau chutó tan fuerte como acostumbraba a hacerlo en su colegio y la pelota rompió la maceta de la Petunia. El juego se detuvo y abandonaron el patio con disimulo. No dijeron nada ni nadie advirtió lo sucedido; cuando todos se fueron, la abuela muy cansada se acostó pronto.

El Ficus estaba desolado, por mucho que alargara sus ramas, no podía sostenerla, no podía aunque lo intentó toda la noche.

Lunes, día de mercado, la abuela no madruga, pero tiene que recoger su encargo de verduras y pescado. Al mediodía y después de limpiar el Lenguado, se asoma al patio, que ahora se le antoja triste sin las joviales risas de sus nietos. Todo está en calma, todo en su sitio excepto una de sus macetas. La bolsa de basura está llena de hojas de lechuga, peladuras de patata y restos de pescado, pero todavía hay sitio para una Petunia agonizante.

Una semana después sus hijos le llaman de nuevo, conversan sobre cuestiones intranscendentes, pero uno de ellos nota algo en la voz de la anciana, ella accede ha explicarlo. Todavía no sabe como ni porqué pero la mejor planta de su patio, el Ficus se ha enfermado y se muere. No reaccionó al agua ni a los abonos ni a ningún otro cuidado, simplemente no había nada que pudiera hacer.

Su hijo le promete que el próximo domingo le traerá un nuevo Ficus, uno joven y robusto, más saludable, no tiene de qué preocuparse…, seguramente que también le agradará ver a Pau vestido con el uniforme de su equipo de fútbol preferido, el niño está deseando enseñárselo. Mientras tanto, todas las plantas del patio han tomado una decisión, primero fueron las Clivias y las Hortensias, luego les siguieron las demás; esa tarde de primavera, todas ellas se secaron y renunciaron a sus hojas. Remolinos de aire las doblegan hasta partir sus tallos quebradizos, todo ofrece el aspecto de una cripta marchita y oscura. Esa tarde el sol se llena de nubarrones y la abuela le pide a su nieto que en lugar de la planta le compre unas zapatillas.

Pau creció y perdió su interés por el fútbol; la abuela se hacía mayor y temía llegar al final de sus días sin saber lo que les había ocurrido a sus queridas plantas. Un buen día de otoño, el viento empujó a dos semillas voladoras, no se conocían ni habían coincidido antes, pero ambas cayeron en el patio y germinaron junto a macetas vacías y regaderas oxidadas.

El nuevo Ficus y la nueva Petunia fueron la respuesta, esa misma tarde un vehículo se detuvo delante de la casa, era la furgoneta de un invernadero con nombre de flor. De nuevo el patio se llenó de vida, colores y fragancias, parecía que todo revivía, aunque ella ahora ya era bisabuela.

98 años en la vida de una anciana es mucho tiempo, nunca les pidió nada a sus hijos, pero esta vez, rodeada de sus nietos y biznietos les pidió antes de la última fotografía, una sola cosa..., que ninguno de los pequeños volviera a jugar en su patio a la pelota y que cuando ella no estuviese, jamás dejaran de cuidar a su ficus y a su petunia, sobre todo a ellos, porque fueron ellos los que le enseñaron el significado de la esperanza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que Bonito Julián, es una historia muy tierna.. y como siempre tus escritos están llenos de sentido, gracias por regalarme una sonrisa con este relato.

Decirte que tengo una tía mayor de unos 70 años que empezó así, con pequeños relatos como el tuyo, y a fecha de hoy tienes unos 4 o 5 cuentos, así que nunca se sabe por donde irá uno….!

Sandra Fernandez
Documentalist Support

Anónimo dijo...

Vaya! Consigues que la emoción llegue al lector, está genial!!!

Adriana Mercadé
Logistical

Anónimo dijo...

Pues la verdad es que es muy tierno. Se me ha hecho corto!!

Gracias Manuel

Angela Fernández
Project Manager Assistant

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Geranios

Casa de Louis Van Gaal copia/
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