El tiempo devora los minutos, los instantes, como el rápido e incesante batir de alas de un Colibrí. Son muchas y constantes palpitaciones las que consiguen mantenerlo en el aire como el pedaleo de una bicicleta o el chapoteo de un niño en el agua.
Después de un ajetreado día de actividad –en ocasiones frenética- nadie piensa en los miles de segundos o micromomentos que fueron necesarios antes de convertirse en un día siguiente, uno distinto e irrepetible. Un segundo no es nada excepto cuando es el último.
En el caso de los Colibrís, las colonias de individuos adultos se ha visto muy diezmada en los últimos años. Algunos opinan que la extinción es “Ley de vida”, con la paradoja de que no es la vida la que crea leyes, sino que simplemente se rige por ellas.
Los ornitólogos han catalogado al colibrí abeja [ Mellisuga helenae] como el ave más pequeño del planeta, este diminuto pájaro de apenas 5 centímetros y 1,95 gramos, llega a batir sus alas hasta 80 veces por segundo, puede quedar suspendido en el aire sin que seamos capaces de ver sus alas e incluso volar hacia atrás, sin duda una portentosa obra de diseño difícil de atribuir a la casualidad.
Un Boeing 747 precisa de 180.000 litros de carburante, una tripulación bien preparada y un complejo sistema de navegación para realizar vuelos transoceánicos. En cambio, el diminuto colibrí emplea tan solo un gramo de grasa como combustible para volar desde Norteamérica hasta Sudamérica a través del golfo de México, sin una gran carga de combustible, sin ninguna formación en aeronáutica, sin complicadas cartas de navegación y sin la ayuda de sistemas informáticos ultramodernos. Esta diminuta ave -biológicamente programada- es instintivamente sabia.
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