martes, 4 de enero de 2011

LA PRIMERA FLOR









…, después del invierno.

Todo lo que nos rodea acostumbra nuestros ojos. Un ciclo natural que se repite sin descanso año tras año y sería un error pensar que es casual o rutinario.
La rutina no siempre a de ser algo tedioso o aburrido. Por ejemplo, la diaria rutina de la alimentación no nos cansa; con su inagotable variedad de sabores, texturas, colores, aromas, presentación…, todo un arte.
En la naturaleza ocurre lo mismo, cada año hay una hibernación. Las ramas sellan el paso de la sabia renunciando a las hojas y blindando sus yemas.
Todo está dispuesto para soportar el rigor de los fríos y las nieves. Un largo sueño.

Muy despacio, los días se alargan como un niño que se despereza en la cama y llegan tímidamente los primeros y cálidos rayos del Sol. El hielo se derrite aumentando de alegría el gorgoteo de los meandros en el flujo de la vida.

Uno de los árboles más antiguos que desde tiempos inmemoriales convive con el hombre y que capta y percibe estos cambios antes que los demás es el ALMENDRO.
La flor del Almendro anuncia la proximidad de la primavera, e incluso antes de que las esplendorosas mimosas adornen de racimos amarillos un paisaje mortecino, el Almendro nos regala una hermosa visión en la que miles de florecillas blancas desprenden un sutil y evocador aroma.

Los petirrojos ya se zambullen jubilosos en los remansos de un agua que fluye desde las cumbres y mientras todo esto sucede, cada una de las flores del almendro se abre tímidamente ofreciéndonos su promesa, las almendras.
Todo lo que es recién cogido tiene el intenso sabor de lo auténtico y no es una rutina casual que detrás de tanta belleza y diseño exista un propósito, una razón. Desde hace siglos el hombre intenta encontrarla. Muchos han desistido quizá pensando que simplemente se trataba de otra primavera.


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Geranios

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